18 abril 2010

EL SASTRE DEL CAMPILLO

Todos saben que el sastre del Campillo trabajaba de balde y ponía el hilo, circunstancia que presenta al héroe de nuestro cuento por un lado nada más de su carácter enteco y simplón, con apariencias ruidosas de valor, energía y talento que se adjudi­caba á sí mismo el majadero del sastre susodicho, representando tan admirablemente la comedia, que le reconocía también dichas cualidades la pública voz y fama, es decir, el vulgo, siempre insolente y necio
¿Tienen Vdes, sastre en el Campillo?—preguntaba cualquiera á los vecinos de aquel lugar.
—¡Ah! si señor, muy valiente y muy listo—contestaban inde­fectiblemente los campilleros.
............El mismo sastre llegó á creérselo, hinchándose de tal manera y alabándose pública y privadamente, siempre que de estos parti­culares se trataba con tanta frescura, que se hacia insoportable para cuantos le conocían á fondo.

............Paseaba cierta tarde por las orillas de una grande acequia de molino en compañía de varios vecinos del lugar y de un sargento de la Guardia civil, retirado, y, como de costumbre, el sastre iba á vanguardia, charlando por los codos, contando mil menti­ras afanosas, dándose charol y diciendo:

—Todavía no ha nacido de mujer el que á mí me la pegue.
—Pues del sastre del Campillo dicen por esta tierra que traba­ja de balde y pone el hilo—dijo el sargento.
—Eso no reza conmigo; sería mi antecesor. ¡Pues bónico soy yo para sufrir semejante asnada!
—Hombre, yo soy forastero: pero me han asegurado que á usted cualquiera le engaña.
—¡A mí, que soy de Madrid!
El sargento se indignó ante jactancia tan tonta; quiso demos­trarle prácticamente lo contrario, y sin decir ¡al agua patos!, le dio un empellón y lo arrojó á la acequia.
............Las risotadas de la comitiva duran todavía: y cuando el sas­tre del Campillo salió hecho una sopa, de la acequia, emprendió á pedrada limpia y á denuesto pelado al sargento, creciendo con esto la hilaridad de todos, que se reían en sus barbas del listo y jactancioso por excelencia.

............El segundó de sus defectos característicos era la cobardía, me­jor el miedo cerbal. disfrazado de valor palabrero, y heroico. Su mujer era la única que sabía experimentalmente á que atenerse respecto á la nunca vista valentía del sastre del Campillo, su marido: tanto, que mandaba en jefe en el hogar doméstico, le llamaba calzonazos á todas horas, le reconvenía por su falta de carácter, y hasta pegábale descomunales palizas con la vara de medir, persiguiéndole á palo seco por toda la casa y obligándole en ocasiones á esconderse debajo de la cama.
Sal de ahí,—le decía la sastresa, garrote en mano, una de tantas,—que. te voy á dejar sin hueso sano.
No quiero.
Que salgas te he dicho.
—Pues no me da la gana, caspitina; alguna vez he de tener carácter.
............Al verle tan follón la sastresa, convertía en risas sus amena­zas y lo dejaba estar, vengándose el sastre entonces de su cara mitad, que era hombruna, hasta el punto de permitirse gastar bigote, diciéndola:
—A mujer bigotuda de lejos se saluda.

............Como entre la pareja sastreril no había sobre este particular ficciones ni secretos, era una diversión oir al sastre del Campillo contándole á la sastresa sus aventuras valerosas, entre las cuales escojo la siguiente:
............Regresaba el sastre a pie de un pueblo próximo, á donde ha­bía ido á coser al despuntar el alba en tiempo de verano, cuando al pasar por imponente y profunda garganta, poco iluminada aún. le dio la gana á un buho de lanzar al aire sus lamentos desde la altura de un peñasco. Al oír aquellos gritos desconoci­dos, que al sastre le parecieron amenazas, se asustó de tal manera que echó á correr como alma que lleva el diablo, y en su vergonzosa y precipitada carrera se le enganchó la capa en una zarza. Nuestro valiente sé creyó perdido; el buho menudeaba sus gritos, y el sastre, sin atreverse á volver la vista atrás, imploraba compasión, diciéndole a la inofensiva zarza:

—Por Dios, señor ladrón, que soy un pobre sastre cargado de familia y falto de recursos, y no tengo más remedio que ganar­me la vida de pueblo en pueblo á fuerza de tijeretazos y pun­tadas.
—¿Y qué contestaba el ladrón?—preguntaba la sastresa.
—Me agarraba cada vez con más fuerza, y hacia como cuan­do se enfadan los pavos.
—Cobarde, más que cobarde; entonces era un buho que gri­taba desde las pefias, y un espino el que te agarraba la capa. ¿Y cuánto tiempo estuviste de aquella manera?
—Poco, porque en cuanto amaneció del todo, volví poco á poco la cabeza, y al ver que el ladrón era una zarza, saqué las tijeras, le aticé un tijeretazo, y le dije: «Si llegas á ser un hom­bre te saco las tripas

Asi me gustan los valientes,—contestó la sastresa soltando el trapo y muerta de risa.
No se divulgó por el pueblo la aventura de la zarza, y el vulgo continuaba teniendo por el hombre más valeroso del lugar al sastre del Campillo. Su mujer estaba ya harta de los inmereci­dos elogios que tributaban las gentes al valor de su marido, cuando se presentó éste, diciéndola:
—Chica, me han puesto en un verdadero compromiso, y el caso es que he tenido que aceptar.
—¿Qué pasa?
—Nada, que hay que conducir 1.000 duros en billetes á la ca­pital, y se empeñan en que los lleve yo, por ser el hombre más valiente del pueblo.
—No te apures, hombre, siendo en billetes los ocultaremos bien en el forro del chaleco, y aunque tengas un mal encuentro, que adivinen en donde llevas el dinero.
—Que tienes razón de sobra; entonces antes de que se haga de día, para que nadie lo advierta en el pueblo, me marcho.
............Todo se hizo, según lo pactado: pero el sastre salía de casa con el alba, y una hora antes ya había salido su mujer, disfraza­da de hombre, con la cara tiznada y un trabuco naranjero escon­dido entre los pliegues de la manta, para esperarle en cierta en­crucijada del camino y darle el susto hache.
No había amanecido aún. y el sastre para acallar su miedo que le hormigueaba en el cuerpo, acrecentado por la oscuridad y el silencio, venia camino adelante y cantando:
La sombra de los nogales
es mala para dormir,
y el que se casa con viuda
muy poco puede vivir.

............Cuando en un recodo del camino se presentó de repente la disfrazada sastresa, trabuco en mano y gritando:
Alto ahí, si das un paso más te abraso los hígados.
El sastre se quedó sin gota de sangre en las venas, y cayó en tierra muerto de susto é implorando clemencia.
Nada de pamplinas; la bolsa ó la vida.
—Soy un pobre sastre y no llevó un céntimo.
Con verlo basta; vuélvete de espaldas, y como mires te abro en canal.
Se volvió inmediatamente.

Quitate la chaqueta.
Se la quitó.
Ahora el chaleco, y al suelo con el.
Así lo hizo, apoderándose la mujer en el acto de esta prenda y su contenido.
—Ahora los calzones, los canzoncillos, la camisa y cuanto lle­ves puesto; te has de quedar como tu madre te parió.
............El sastre no se hizo de rogar; se quedó en cueros vivos, y no se atrevió siquiera á mirar al ladrón ni con el rabillo del ojo. Este le mandó que permaneciera allí media hora seguida, y es­capó entretanto con el chaleco, llegando á su casa con tiempo sobrado para quitarse el disfraz y meterse en la cama. El sastre llegó después despavorido, y contó á su mujer que una cuadrilla de bandoleros le había salido al encuentro, robándole los 1.000 duros, con el chaleco que los contenia.

............No hubo más remedio que participar la desgracia á los inte­resados, á cuyo efecto los invitó á comer una paella en el pinar. Cuando supieron que habian perdido los 1.000 duros, se queda­ron como de piedra y con los ojos querían comerse al sastre.
Con mil angustias y rodeos contó éste lo ocurrido, aseguran­do que, aun que se había defendido como un león, la cuadrilla de ladrones, compuesta de más de 20, que le sorprendió en un reco­do del camino, se apoderó al fin de él, no sin quedar algunos tendidos en el campo de batalla, le desnudó y se llevó el chaleco con los billetes.

............Los dueños del dinero estuvieron á punto de caer sobre el sas­tre moliéndole á palos; pero los calmó la sastresa, asegurándoles que todo era mentira, que su marido era el cobardón mayor del pueblo, refiriendo lo ocurrido con pelos y señales, y presentando el chaleco con los 1.000 duros en corroboración de su aserto.
La pena se convirtió en jolgorio, y ya nadie ha vuelto á mentar para nada las valentías del sastre del Campillo, que no solamente trabaja de balde y ponia el hilo, sino que también se dejaba engañar y moler á palos por la sastresa bigotuda.


manuel polo y peylorón. noviembre 1895

No hay comentarios:

Publicar un comentario