16 diciembre 2010

RECUERDOS DE NIÑEZ EN LA PEÑA II

RECUERDOS PERSONALES

Detrás de las vivencias de un niño para el que todo era maravilloso, se esconden las de los mayores, que no precisamente estarían plagadas de juegos y diabluras. Momentos duros se tuvieron que vivir en la zona durante la guerra y la postguerra. La escasez de alimentos, la precaria asistencia sanitaria sin antibióticos y apenas medicinas causó irreparables pérdidas en casi todas las familias.
............. Para los niños y jóvenes que entonces vivíamos en La Peña, como familiarmente la denominábamos y seguimos haciéndolo de adultos, era un rincón perdido, aislado de la civilización, que disfrutábamos como si fuera el único mundo. Pequeño paraíso en el que no había casi nada y nada echábamos de menos, para nosotros era como si estuviésemos viviendo en un Parque Temático que resultaba ser real. Las viviendas estaban tan cerca de las operaciones mineras que no podíamos evitar la tentación de introducirnos por todas partes, ignorantes de los riesgos que corríamos. Entrar en el túnel que llegaba a la corta y bajar hasta el fondo era una de las aventuras que solíamos correr. Acceder a las locomotoras que estaban aparcadas y fuera de servicio era otra de las diabluras más divertidas. Jugábamos a ser el maquinista moviendo las palancas e imitando el sonido de las máquinas. Unos hacían de fogonero, otros de guarda frenos. A los vagones que estaban estacionados en alguna pendiente les soltábamos los frenos y una vez que comenzaban a rodar nos dábamos un paseo hasta que se paraban. En las ocasiones en que éramos descubiertos por los guardas nos tocaba correr. Este tipo de travesuras eran los juegos de los domingos.
Imitar los trabajos que hacían los mayores era otra diversión. Con un enorme derroche de imaginación tratábamos de reproducir todo tipo de máquina o de proceso. Construíamos carrillos de mano con alguna rueda vieja y las maderas de los cajones que recogíamos en las inmediaciones del polvorín. Con latas de conservas vacías reproducíamos los trenes y los camiones. Patines con los que nos deslizábamos por las cuestas y que construíamos con tablas de madera sobre un chasis de ramas de pino al que poníamos las ruedas de "bolillos", rodamientos, desechadas en los talleres.
.............En una ocasión tratamos de reproducir un horno de testación de pirita para obtener azufre, imitando una planta piloto que estaba funcionando. Un bidón viejo era el horno, al que le abrimos las compuertas para la entrada de aire. La tolva de carga era un cubo de los que se usaban en las casas para limpiar, al que le quitamos el fondo y acoplamos en la parte superior. Con la cepa de brezo lo calentábamos y echábamos las piedras de pirita por la tolva. Azufre no salió, pero olor daba.
Y caminábamos continuamente, unas veces para ir al barranco de la estación a buscar adelfas para construir los trabucos y hacer flautas, que lográbamos hacer funcionar, y otras corriendo tras el aro hecho de un alambrón viejo que algún mecánico nos soldaba en el taller y que dirigíamos con el gancho que hacíamos de otro alambre.
Todos los juegos eran pura competición para poner a prueba la habilidad de cada uno y ver quién hacía las cosas mejor y más espectaculares.
.............En invierno hacíamos de una lata, a la que se le practicaban varios taladros en el fondo y se le colocaba un colgante de alambre, lo que denominábamos una "caldera ". El juego, que solíamos hacer de noche, consistía en poner carbón en la lata y prenderle friego, para de inmediato y con rápidos movimientos circulares con el brazo extendido, conseguir que el fuego se avivara extraordinariamente. Tras varias paradas para calentarnos y comparar cuál era la mejor "caldera ", se lanzaban por el aire y podíamos contemplar el efecto que se producía, simulando un cometa.

También jugábamos con el trompo o peonza, haciéndolo girar, "repiar" decíamos, dentro de un círculo marcado en el suelo, para recogerlo con la mano y que continuara girando sobre la palma. Si el trompo caía con la punta hacia arriba la regla era: "púa arriba, lancho encima ". Alguno de los jugadores, con un lancho de piedra en las manos, lo dejaba caer sobre el trompo como penalización a la mala jugada. La mayoría de las veces se partía en dos, pero si resistía, se le indultaba y seguía jugando. Para los trompos que no giraban con fuerza y se paraban antes de recogerlos, el castigo era permanecer en el suelo para que el resto de los jugadores lanzaran los suyos con toda fuerza para pincharlo o romperlo.
A veces viajábamos en las zorrillas, pequeñas vagonetas en forma de plataforma que los operarios del ferrocarril usaban para los trabajos de mantenimiento. Solíamos ir desde la estación a la Tejonera, zona ésta que se encontraba junto a la mina Pepito, donde había una fuente que en épocas de sequía se utilizaba para llevar agua a la panadería, usando la misma zorrilla. El agua se cargaba en las garrafas de cristal, de una arroba, que se usaban para suministrar el vino a ía cooperativa. El problema era el regreso, cuesta arriba y empujando.
.............Y, cómo no, el fútbol, al que jugábamos con pelotas de trapo que servían para jugar en cualquier momento y lugar, aunque también había algunas pelotas de goma que se pinchaban a las primeras de cambio y que reparábamos con un parche de bicicleta, para luego volver a inflarlas con una aguja de inyección del botiquín acoplada a la bomba de una bici. En la Peña de Abajo se solía jugar en el campo de tenis, porque el campo de fútbol nos parecía entonces que estaba demasiado lejos, mientras que en la Peña de Arriba el Paseo era el sitio favorito para los partidos.

Miguel Vázquez Vázquez

No hay comentarios:

Publicar un comentario