10 marzo 2011

El ALMA DE LA MUJER II

Desde el punto de vista religioso–en su interpretación externa, y no esotérica–se ha hecho de la mujer un símbolo del mal. Yo no sé cómo nos ingeniamos las damas para conquistar ese lugar de pecadoras, de tentadoras… ¿Y todo eso partió de una costilla? Hay que reconocer que con poca cosa hemos hecho mucho. Esto ha llegado a pesar en la psiquis del hombre y de la Humanidad en general. La mujer, cuando es joven y guapa, es codiciada, y al mismo tiempo se la rechaza, justamente porque se la codicia a escondidas. El que sea joven y guapa, ¿es símbolo del mal y de la tentación?

Sin embargo, si está tranquila y encerrada en casa, y cuida de sus tareas y de sus hijos, entonces es buena y tiene aceptación. Y si ya es una venerable anciana y no molesta a nadie con sus encantos, también se la acepta y se le puede pedir un consejo. Eso no es justo. La mujer es siempre la misma.

Todo esto ha hecho que la mujer, en parte, empezara a dudar de su propia identidad. Encontrándose en inferioridad de condiciones, decidió salir a competir con el hombre. Empezó una larga lucha, no ya por reconquistar sus propios valores, sino por competir con el hombre en la sociedad. Y esta larga lucha, sobre todo en los dos últimos siglos, lejos de devolver a la mujer su seguridad interior, la ha debilitado todavía más.

Muchas mujeres compiten con el hombre, pero necesitan del aval y de la aprobación del hombre. Son triunfadoras que destacan en la sociedad, siempre y cuando haya uno o varios hombres que las aprueben y que les den el visto bueno: «eres buena porque has logrado introducirte en una sociedad de hombres”, “eres buena porque te aceptamos, porque te dejamos trabajar junto a nosotros”, “eres buena porque reconocemos que tienes responsabilidad, capacidad». Es una competencia dependiente, porque se sigue necesitando de esa aceptación masculina. Es una competencia que le hace perder a la mujer sus verdaderas características, porque tiene que luchar, trabajar, conquistar, pelear como un hombre, no como una mujer. No lo hace como ella es, sino que intenta hacerlo tal y como lo hace el hombre.

Lo curioso es que muchos sociólogos llegan a la conclusión de que esta mujer triunfadora, que conquista lo que ha soñado, que tiene un puesto excelente, un sueldo maravilloso, que es agasajada y respetada, llega un momento en que se pregunta: ¿y todo esto, para qué? ¿Y ahora qué hago? Porque el problema es que se sigue sintiendo insatisfecha, cansada, siente que abandona el hogar, que le gustaría estar más con sus hijos, si los tiene… Es una lucha cuestionada al principio: ¿va la mujer por un caminoacertado? ¿Es su camino competir con el hombre, equipararse al hombre, o recuperar sus propias características?

Se habla mucho de igualdad entre el hombre y la mujer, pero esta es un arma de doble filo: ¿somos realmente iguales? Cuando se habla de igualdad quiero entender que no se trata de una igualdad absoluta, sino de oportunidades, por cuanto tanto unos como otros somos seres humanos y necesitamos oportunidades en la vida. Y la mujer necesita la oportunidad de expresarse tal y como es, tal y como necesita ser en la vida. En ese aspecto sí creo que debería haber igualdad, pero no de caracteres ni de formas de ser.

Lo extraño de este tiempo que vivimos es que, intentando buscar la igualdad entre hombre y mujer, se han confundido tanto las características de unos y otras que hoy es bastante complejo decidir quién es quién, y no me refiero a la apariencia, que es algo muy relativo (a veces hay que mirar dos y tres veces antes de decidir si decimos señor o señora, o perdone usted). La confusión se da en algo más profundo todavía: se cree que difuminándolo todo es como vamos a llegar a parecernos.

Es muy difícil que un hombre hoy pueda definir con exactitud dónde reside su ser hombre, y la mujer en dónde reside su ser mujer. Los puntos de referencia son muy relativos y de ahí la confusión: si uno y otro no tienen como punto de referencia su contraparte complementaria, es muy difícil definir su propia identidad. Nuestra mente, nuestra forma de pensar es siempre dual: entendemos lo que es blanco porque lo comparamos con lo negro; entendemos lo que es el día porque lo comparamos con la noche, y cuando queremos hablar del bien lo tenemos que relacionar con el mal; y así siempre, por duplicidades.

Hoy en la sociedad faltan puntos de referencia, tanto masculinos como femeninos. Creo sinceramente que no es tanto que la mujer no encuentre su puesto en la sociedad, sino que están todos los valores mezclados. Hay muchos elementos lo bastante confusos como para que ni siquiera los hombres puedan encontrar su propio papel en la sociedad, y no lo encuentran tampoco los jóvenes, ni los niños, ni los ancianos; más allá de que sean hombres o mujeres hoy es muy difícil encontrar valores dignos y poder situarse de una manera justa dentro de la sociedad. No creo que esta confusión sea igualdad; esa otra igualdad que buscamos está en elementos bastante más profundos.

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